Reseña del libro de Felipe Rodríguez Cerda: “ESTELAS DE CÓNDORES FOSFORESCENTES» (2019). Por Francisco Ferrer

“ESTELAS DE CÓNDORES FOSFORESCENTES” O EL RUIDO INVISIBLE DEL DESARRAIGO

“Yo nací para mirar” – Charly García

Andar por las calles no es un ejercicio vano. Vagar y divagar, pero con la mirada atenta a todo movimiento, como si perros, edificios y árboles se comunicaran en un mismo lenguaje. Es la era de la inmediatez y la sinestesia se vuelve un estado permanente para el transeúnte dedicado a la aguda observación de los seres y los espacios cotidianos. En “Estela de cóndores fosforescentes” se evidencia ese ímpetu por el registro de la experiencia ordinaria como objeto de la creación poética. Felipe Rodríguez Cerda encarna el carácter impasible del flâneur, del caminante sin rumbo fijo por excelencia, deseoso de relatar lo aprendido en su constante devenir.

En la primera parte, “Memorias de dos parlantes boca abajo”, se hace presente el ruido de dos voces marginales: Luciano y Julia Gutiérrez. Con Luciano recorremos la calle, la población, la cancha, el mall y el supermercado; convivimos con las materias primas del callejeo y con el agobio de su trabajo de guardia de seguridad; así, en su experiencia formamos parte de la mecanicidad del centro comercial y su opresiva vigilancia. Con Julia asistimos a otras escenas que transitan del espacio urbano a la vida rural: la capital aparece como espacio de la tragedia, de la visita al doloroso recuerdo de los desaparecidos, donde los “cóndores fosforescentes” podrían representar el exceso de luces y estímulos de la ciudad o el ataque de los Hawker Hunter a La Moneda durante el Golpe en el 73; sin embargo, en el pueblo pequeño, la muerte accidental de una vecina borracha o la anécdota de una matanza en la salsoteca nos advierte que la violencia y la morbosidad pueden hallarse en cualquier lugar. Un verso que bien podría resumir lo expresado hasta aquí dice: “Qué sería de esta gran ciudad, de esta sociedad,/ si supiesen los postes de luz la oscuridad de las noches que llevo dentro”.

En la segunda parte, “Outrun (La huida de los cóndores fosforescentes)”, el título nos obliga a acudir al imaginario de los videojuegos, dado que “OutRun” es un famoso juego de carreras que data de los años 80, pero también el vocablo puede traducirse como “exceso” o “desborde”. Aunque no se puede estar seguros de quién es el hablante en estos poemas (probablemente la Jennifer, nombrada en varias ocasiones por los sujetos mencionados en la sección anterior), una posibilidad queda abierta: el protagonista de estos textos podría ser cualquiera: cualquier persona que viva y padezca el acontecer de la sociedad capitalista. En un Ferrari virtual se construye la metáfora de un escape imposible, el llamado de emergencia de una realidad desplomándose irremediablemente, donde el horizonte está ocupado por las tecnologías de Google y no existe la manera de frenar su progreso. Entonces el juego de carreras se muestra como el tránsito eterno del sujeto consciente de que todo lo salvaguardado en su hazaña puede ser consumido o borrado por la voracidad del absurdo contemporáneo.

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Felipe Rodríguez Cerda nos ofrece un poemario de tintes tragicómicos, donde se enseña que, ya perdidas las señales de ruta, los seres demuestran su completo desarraigo. No obstante, a pesar de la opresión de los discursos hegemónicos, también se nos revela que éstos nunca lograrán silenciar del todo los ecos de la discordia. Concluyo con estos versos de su “Arte poética”: “Respira, pierde la fe/ Y comienza a/ Seleccionar las palabras/ Como a paltas/ en la feria por la mañana/ para decir el desenfreno/ con la sutileza de la caída felina”. Por ahí va, yo creo, la lucidez de nuestro ácido poeta.

Fragmentos de Estelas de Cóndores Fosforescentes:

(Cuando le entra el chuky no nadie que lo calme)

-del guardia de seguridad-

Puesto que no hayo en lágrimas

Ni  en sueldo mínimo

Posibilidad de juerga alguna

Voy a renunciar de una a esto  de ser guardia de seguridad,

Me cansé de creerme el policía pirateado

Privado de sol y viento en las entrañas del mall

Más aún, el uniforme me queda pequeño,

Yo que en mis tiempos mozos fui tremendo reductor

Más que cualquier mechero de segunda,

Me da no sé qué              andar cazándolos con la mirada.

Tengo sed de fracasar broder

Tropezarme con unos vinos nuevamente

Hacer caso al soundtrack de cumbia villera que hace rato me suena por dentro,

Desde ahora será el porvenir puro free-style

Porque la pulenta flaco

CUANDO ME ENTRA EL CHUKY NO HAY NADIE QUE ME CALME.

 

 (El accidente fatal de la hermana Elizabeth Anquileo)

Jenny te tengo la última y no es de las mejores,

Si bien ya sabíamos que la hermana Elizabeth tinturaba su cabello

Con los pigmentos negros del  salmo 23

Y que  la única frontera reconocida por ella

Entre el vino tinto y los evangelios era el grosor del vaso,

Jamás me habría imaginado su repentina muerte

Atropellada por un Suzuki

A la salida norte de la población Mardones.

La encontraron justo antes finalizado el último día de la vendimia

A un par de metros del templo,

Con la falda arremangada

El megáfono aún encendido

Y la  sangre coagulada de aleluyas.

¿Recuerdas como los sábados por la noche

Solía untar su larga cabellera en cañas de pipeño?

¿Recuerdas como los domingos por la mañana predicaba con delay, garganta y un parlante de 200 watts justo afuera de nuestras ventanas?

Yo la extrañaré más que al dios del cual nos gritó por tanto tiempo

Para mí junto con ella     dios ha muerto.

 

 

(Amor de mall)

Es increíble este hábito de observar a las multitudes en cámara lenta,

Las

Escaleras

Mecánicas

Acumulan historias   que cuentan las suelas de sus transeúntes

Los espejos en las paredes rajan las murallas de sus multitiendas.

 

Todo lo miro

Me dejo poseer por el muzac y los murmullos,

Limpio la punta de mis zapatillas blancas

Veo la hora en el celular

Me paro el pelo,

Pronto llegará la Jennifer

A tomarse un helado de piña conmigo                        me mirará         con sus ojitos pantalla plana,

Ojalá hagamos calor en esta venta nocturna.

 

 

(A estas alturas todo me resulta terriblemente inspirador)

Estamos en el momento y lugar más vilico de la existencia orgánica

Ya pasamos el futuro

Aunque la Jennifer Olivera, -vecina y amiga desde siempre- me asegure

Que nuestra pobla siempre tendrá ritmo

Estoy más clara que llorona

Sobre la omnipotencia de la normalidad domesticante

Sus épocas y costumbres

Y como no puedo contra eso, no paro de llorar lava loza

Llorar lava loza x100pre,

Dejando que La cruz de mi generación me lleve sobre sus hombros

Pues       en realidad a estas alturas

Ya todo me parece terriblemente inspirador.

Camino bajo una lluvia de celulares, esperando impaciente la dislocación

El accidente internacional

Pues no hay duda que el ritmo atómico de las ciudades

Es el baile más claro de que aquí no hay posibilidad siquiera

De ver la hora en el corazón del otro.

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