1# Bitácora etnográfica para la realización de la película «Cuadernos de Agua»

1.  Adiós isla Friendship, Que tal amistades de la isla

Jugábamos una partida de taca-taca con dos jóvenes de Puerto Montt que iban a trabajar de buzos en una de las granjas salmoneras que abundan por los canales patagónicos y contaminan cruelmente aquel territorio. Ahí oí de primera fuente acerca de la caleta de Puerto Aguirre. Uno de ellos dijo que sus abuelos vivían allá, y que recordaba que en su niñez había ido junto a sus padres a visitarlos, es un pueblito triste, lleno de viejos, destinado a desaparecer

Quien esperaba su turno para jugar  aprovechaba de contar su historia. El otro buzo confesó que él nunca había salido de Puerto Montt,  que su vida había sido un pestañeo del cual todavía no daba crédito, y había terminado ahí, en ese barco. A esa altura ya estábamos terminando de cruzar el Golfo del Corcovado que conecta el archipiélago de las Guaitecas con la Isla Grande de Chiloé, no hubo mayores contratiempos aunque debimos para el juego varias veces ya que la barcaza se movía demasiado, pudiendo apenas mantenernos en pié. Esa primera noche dormí lo suficiente, aunque además del oleaje que sabía sentirse, el sonido de náuseas profundas  se oían a lo lejos, un bebe lloraba y un concierto de ronquidos acompañaron mi dormitar.

El viaje era largo, y la Queulat suficientemente grande para estirar tranquilamente las piernas. Ahí conversé con unos turistas italianos, una pareja de esas que suelen tener garantizadas algunas cosas, y desatan sus curiosidades de manera liviana y sonrisa perfecta. Estuvimos bebiendo mate un rato, todo tranquilo, ni siquiera pensé en preguntarles el motivo de este embarque pues me parecía obvio: turismo de corte outdoor que en la patagonia profunda tiene su meca: Laguna de San Rafael y principalmente Torres del Paine con los desconcertantes campos de hielo sur, con sus blancos profundos,  y celestes luminosos como los ojos del extranjero de dos metros que me miraban de vez en cuando.  

Pero fueron ellos mismos quienes se animaron a darme sus motivos, cambiaron la mueca de sus rostros como quien cambia de atuendo y me preguntó el hombre ¿Credi negli alieni? (¿Crees en  los extraterrestres?). Casi por reflejo dije lo que pensaba acerca del tema. Sí, debe haber vida más allá del planeta tierra, formas de existencia distintas a la nuestra. Ambos asintieron y mostraron nuevamente sus dientes blancos. Prosiguió la mujer, somos ufólogos aficionados y andamos en búsqueda de la Isla Friendship.

Yo no conocía la leyenda pero me explicaron de manera sintética que se trataba de una isla muy popular en el ambiente ufológico que se suponía estaba localizada entre estos archipiélagos, y que sería una importante base de actividad alienígena. Su plan era llegar a Puerto Aguirre y contratar a algún pescador que les sirviera de guía durante un par de semanas para navegar entre las más de mil islas repartidas por la Patagonia Insular Occidental. Y de esta manera intentar determinar el paradero definitivo de esta misteriosa franja de tierra, embajada en la tierra de seres de otro planeta. 

Otra noche se tendía sobre el mar, ya estábamos cerca de nuestro destino. Me despedí de la pareja, pues, el viento helado estaba atravesando mis tejidos de lana, cuestión que no sucedía con su atuendos de tecnología GoreTex, que impermeabilizaba los cuerpos de los buscadores de extraterrestres. Intenté dormir temprano pues arribaremos de madrugada, no obstante esa noche me fue imposible conciliar el sueño, los sonidos eran los mismos de la noche  anterior: oleaje, viento, ronquidos y algunas náuseas. Cuando, ahora más abrigado volví a subir a la cubierta de la embarcación me encontré nuevamente con la pareja de ufólogos, esta vez ella sostenía los rubios cabellos de su pareja mientras él vomitaba desde la baranda toda su cena al mar.

El cielo despejado acentuaba el palpitar de los satélites, el firmamento se movía de manera imperceptible pero tajante, y de los islotes solo alumbraban algunos criaderos de salmones. Esos puntos rojos, apenas iluminados, son las heridas de los canales patagónicos. El  escape masivo de salmones sobrealimentados con antibióticos en un ecosistema que no es el suyo envenena las aguas y genera daños irreparables para la biodiversidad marina. 

Pensé también en los dos buzos que había conocido hace un rato, traté de recordar sus nombres pero lo cierto es que no se los pregunté. Buscaban su sustento bajo el agua, pero no a la manera artesanal de sus padres, sino como piezas baratas del aparataje industrial, en una actividad que en promedio cobra una vida al mes. No eran los únicos, en el interior de la barcaza era fácil divisar a los pasajeros con el llamado “mal de presión”, extremidades y rostros hinchados por la acumulación de burbujas en la sangre y los tejidos. Esto era a causa del exceso de nitrógeno alojado en el cuerpo. A mayor profundidad marina, mayor presión, a mayor presión, más nitrógeno. El exceso de nitrógeno produce parálisis, mareos, dolencias en las articulaciones y músculos. Deseo que les llueva la buena suerte, porque las exportaciones de salmón atlántico seguirá cubriendo las demandas de los países que se presentan como amigables con el ecosistema y de buen paladar. 

En contraste estaban los turistas GoroTex en sus excéntricas búsquedas de espiritualidades que Europa ya no era capaz de ofrecerles. En todo caso no era la primera vez que esto sucedía, ya en expediciones coloniales del XVI existieron varios intentos de encontrar la legendaria Ciudad de los Césares, ubicada según las crónicas de la época en la Patagonia. Esta ciudad fundada por descendientes indígenas y españoles sería una ciudad inmensamente rica en plata y oro, cuestión que despertó por más de doscientos años el apetito y la imaginación de la corona española y sus navegantes. 

También había visitantes menos pintorescos alucinando con la Finis Terrae, cuestión que solo puede pensar alguien que observa un territorio ajeno. Para mí, que nunca había estado al sur de Chiloé y había crecido en el Ñuble a los pies de la gran cordillera, definitivamente ver Los Andes hundiéndose en el mar era un quiebre en mi cosmovisión, una ruptura sin retorno  que cambiaría mi forma de concebir las geografías. 

Eran las 5 am y a lo lejos se lograban ver las anaranjadas luces de la caleta de Puerto Aguirre. Ahí estábamos trasnochados, me despedí de los dos grupos que había conocido en este viaje, turistas en búsquedas de aventura y paisajes alucinantes, y obreros del mar en empresas de exportación a las naciones más acaudaladas, dos formas de colonialismo. Ambos grupos representaban fenómenos antropológicos llanos, las principales caras de las actuales formas de concebir el mar y la navegación por la patagonia en los tiempos del capitalismo tardío.

En este primer viaje estaba junto a dos estudiantes de arquitectura, nos quedamos en la improvisada posada de Nelson Millatureo. Dos días después conocería a Remigio Huentén, carpintero de ribera y cazador, quien me contaría cómo se construía y navegaba por estos canales antes de la masacre neoliberal. En este primer trabajo de campo no filmé prácticamente nada. 

*Notas extraídas del cuaderno de campo en el transcurso del viaje en la barcaza Queluat,

Verano 2019

Fiordos del Archipiélago de Los Chonos

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