2. Sobre la escritura etnográfica
Un grupo de niñas, hijas de pescadores, se me acercan y piden la cámara. Les presto la que tenía en mis manos y otra que guardaba en la mochila. Instintivamente una de ellas filma los botes meciéndose en la caleta de Melinka, y me pregunta tras el visor de la cámara ¿porque se ve como el pasado?. La segunda niña encuadra a su amiga filmando, me encuadra a mí, ojos, manos, para luego hacer un zoom a las islas de enfrente. Esta es la última escena de la película, dispositivo de esta investigación. Mientras monto cuadro a cuadro, la pregunta de la chica que después supe se llamaba Sofía me queda resonando, y parece condensar algunas de mis propias dudas al llegar a estos archipiélagos, intuye posiblemente, como yo, que el presente está repleto de pasados. En este escrito, bitácora de “Cuadernos de agua para Mariana” cortometraje sobre la navegación tradicional en chalupa a vela intentaré dialogar con esta y otras ideas que surgieron a lo largo de la realización del film.
Este trabajo corresponde a una etnografía entendiendo a la manera de la antropóloga mexicana Roxana Guber, como una instancia empírica de investigación social caracterizada por su naturaleza flexible y reflexiva. En ella es fácil distinguir al menos dos ejercicios centrales: el trabajo de campo, proceso mediante el cual la voluntad investigativa se encuentra con los sujetos a estudiar utilizando variadas técnicas y acciones sensibles que buscan involucrarse con “otras” (o la suya propia) formas de vida.
El segundo elemento y sobre el cual quisiera detenerme es el de la escritura y representación del conocimiento etnográfico, pues, es en esta experiencia de extrañamiento y abertura a nuevas sensibilidades territoriales/afectivas/discursivas donde prolifera un universo intersubjetivo que hace posible la creación etnográfica, su escritura o dispositivo. Gertz en su ya canónico texto “El Antropólogo como Autor” (1989), plantea que en la antropología clásica ha habido una resistencia histórica al análisis y problematización de los textos etnográficos principalmente porque poner bajo sospecha la escritura del estudio empíricos de la otredad significa poner en entredicho algunos de los supuestos más arraigados del quehacer etnográfico.
Es recién a partir de la década de los noventa en el contexto del surgimiento de la antropología posmoderna se comienza a discutir sobre la producción del conocimiento antropológico, las representaciones de la otredad y las discursividades subyacentes a la escritura etnográfica, o como lo plantea el estadounidence James Clifford, se profundiza en una antropología de la antropología (1995, p.120).
En este panorama de constante observar a los observadores, es cuando se comienza a trabajar sobre la premisa de que el conocimiento de las formas de vida se constituye sobre todo en términos históricos, habiendo en ellas relaciones de poder con disputas y diálogos. El ejemplo de la ascensión de la figura del etnógrafo profesional es ilustrativo, conformándose en los periodos entre 1900-1960, junto con una metodología que lo diferenciaba de sus predecesores en el trabajo de campo: funcionarios, militares y misioneros, con una escritura distintiva en términos narrativos y estéticos (Cliford: 1995). De esta manera, por medio de un discurso científico con características específicas de textualidad, se establece la autoridad etnográfica, sobre el precepto de su experiencia, la del etnógrafo en terreno. Yendo más lejos y por medio de las palabras de Geertz:
“La habilidad de los antropólogos para hacemos tomar en serio lo que dicen tiene menos que ver con su aspecto factual o su aire de elegancia conceptual, que con su capacidad para convencernos de que lo que dicen es resultado de haber podido penetrar (o, si se prefiere, haber sido penetrados por) otra forma de vida, de haber, de uno u otro modo, realmente «estado allí». Y en la persuasión de que este milagro invisible ha ocurrido, es donde interviene la escritura.” (1989, p.14)
Así, la composición escritural en que se “presentan los resultados” requiere de una atención central, pues, no solo es la forma en que por tradición disciplinaria se han expuesto las experiencias de campo e interpretaciones etnográficas, sino que también en ella se inscriben las relaciones de poder, estéticas y discursivas de un contexto específico de producción. Esto sumado, a la dificultad, o más bien, a la imposibilidad de la empresa etnográfica para adentrarse en un determinado grupo cultural sin llevar consigo su propia subjetividad investigativa y los elementos sensibles de la interacción entre investigador-sujetos a investigar, reafirma la necesidad de ensayar nuevas formas de escrituras que contemplen los nuevos desafíos y dimensiones.

Alvarado (2006), señala que el antropólogo primeramente debe comprender que no comprende y sobre la base de que no es posible entender al Otro como una entidad separada de sí mismo, sino que es una conjunción producto de un encuentro. Juan Carlos Olivares habla de una auto-reflexión radical, habitar el entre-ser en el que se hace posible la diferencia y la identidad al mismo tiempo a través de la interacción (2018). La etnografía es un encuentro y nadie sabe lo que puede un encuentro, o como dice la poeta argentina Claudia Huergo Un encuentro = Una esperanza.
Sobre el cómo resolver los problemas brevemente expuestos anteriormente (epistemológicos, comunicacionales, de poder, entre otros) no se ha ensayado desde una sola vía, sino por el contrario, proliferan diferentes énfasis y posicionamientos. El propio Geertz, al desmenuzar la cuestión de la autoridad etnográfica, plantea la necesidad de democratizar la escritura etnográfica por medio una mayor participación de los sujetos a estudiar que devendría en una autoridad polifónica de los textos. También plantea que parte de esta ruptura de la autoridad unidireccional de los escritos etnográficos se manifiesta en la recepción de los mismos, o sea, propone un de desplazamiento por medio del cual no solo antropólogos occidentales elaboren y consuman dichos textos, sino que insta a la producción y lectura de textos de esta índole por parte de grupos culturales que se piensan a sí mismos de forma antropológica. (Geertz: 1989).
Por otra parte, el desdibujamiento de los géneros, cuestión transversal a las artes, literatura y ciencia en el contexto de la posmodernidad, da pie para la proliferación de fenómenos de estas características en la disciplina antropológica (Carrasco y Alvarado: 2000). Una de las vertientes que se ha presentado tempranamente en nuestro país y que me parece particularmente interesante por su naturaleza de creatividad radical es la denominada Antropología Poética, definida en términos de Miguel Alvarado como “un tipo de producción textual iniciadora de un nuevo género discursivo, en tanto no responde pragmáticamente ni al canon científico ni al literario con exclusividad”.
A esto podemos agregar los dichos de Daniel Quiroz en el prólogo de El Umbral Roto de Juan Carlos Olivares (1995) -texto pionero de estas caracteristicas y referencia central para este trabajo-, cuando dice que es un desplazamiento desde la antropología hacia la literatura, tomando de ella prestada la imaginación y rigurosidad de la poesía para la construcción de una descripción que tiene un destino a priori, ser leída (Quiroz: 1995). En definitiva, la construcción de un género interdisciplinario de escritura que pone en entredicho la separación entre ciencia y arte, agregando una dimensión estética consciente a la construcción del relato etnográfico desde un investigador situado y afectado.